Nombre de Mujer
Nombre de Mujer
Aquel otoño, Teresa, como así le gustaba que
la llamaran, en vez de Teresita, que era el nombre que usaba Marc, su marido y
que tejía en ella malos recuerdos, no sabía muy bien a lo que se enfrentaba.
Pensaba en soledad, como en otros difíciles momentos de su vida. De como ésta,
había transcurrido con más sinsabores que alegrías. Aquella tarde, Teresa se
encontraba sentada frente a la puerta de una consulta médica, en donde un
cartel de color azul celeste delimitaba en letras negras el nombre del Dr. César
Torme, Especialista en Oncología. En la sala de espera se encontraban otras dos
mujeres que, al igual que ella, levantaban de vez en cuando su mirada hacia la
puerta, cuando alguien pasaba por delante o se oían voces en el pasillo.
Hasta
que fue nombrada por el Dr. Torme para entrar en la consulta, transcurrieron
veinte minutos. A Teresa, aquel tiempo de espera le pareció una eternidad. Un
tiempo delimitado por la delgada línea entre lo bueno y lo malo. En su memoria,
se agolpaban a chorros un montón de imágenes de su vida. Abstraída, apartó los
ojos de la lectura que tenía entre las manos, cerró el libro y se quedó mirando
a través del único ventanal de la sala de espera. Que hermosa es la vida, y que
injusta y efímera se hace mientras caminas entre rosas y espinas. –pensó–.
Cuando
yo la conocí, Teresa trabajaba como empleada de hogar en mi casa. Y por lo pronto
que supe después, su vida había sido un desafío constante. De niña, en Bolivia,
su país de origen, soportó los malos tratos y las vejaciones a las que muchas
mujeres estaban expuestas. Años más tarde, sus padres fallecieron en un trágico
accidente de coche y ella fue a parar a España junto con sus tíos y primos.
Siendo ya una mujer y cuando la vida empezó a sonreírle un poco, pues tenía
trabajo y familia que la quería, Teresa tuvo la mala suerte de casarse con
Marc, un malnacido que la había prometido voto eterno de amor y de respeto. A
raíz de aquello, su vida se convertiría en una farsa. Pues, el tal Marc se
gastaba los ahorros en el juego y en mujeres, perdiendo con frecuencia su
trabajo de electricista a causa de las borracheras que cogía. Teresa se
convirtió en una víctima, aún mayor, en el momento en que se quedó embarazada
de Marc. Pero a pesar de ello, el amor ciego de una mujer sincera y con sentimientos,
permitió no deshacerse de la que más tarde sería la única ilusión en su vida,
su hijita Celia. Después de varios meses sin trabajar, Teresa cambió su trabajo
fuera de casa para trabajar como pinche de cocina en un hotel y así, ganar algo
más de dinero. Tras aquello, “el ruso”, como así le apodaban en el barrio, siguió
menospreciándola, hasta que un día la bronca fue tan grande que la pegó una
paliza y tuvieron que intervenir la policía y los servicios sociales. Tras aquel
incidente, los primos de Teresa juraron venganza, aunque nunca llegó a producirse
de ese modo. Pues, a veces, la vida hace justicia y un día quiso que así fuese.
Contaron que Marc se encontraba trabajando en una obra y que la fortuna muerte,
le sonrió cuando se electrocutó montando cables para una instalación eléctrica.
A
Teresa le dio tiempo a recordar todo eso y más, mientras esperaba ser llamada
para entrar en la consulta. El teléfono que llevaba dentro de su abrigo color
morado, empezó a sonar. Al mirar la pantalla, vio el nombre de Celia, su hija.
Para ella siempre sería su “niñita”, la existencia por la cual su vida cobraba
sentido.
–Mamá, ¿Cómo está?–.
–Hola Celia, hija. Estoy bien. Y Ustedes,
¿Cómo van?–.
–Bien, mamá. ¿Ya le dieron los resultados de
sus pruebas? Tengo tantas ganas de verla. No pude ir para España. En este nuevo
trabajo, no tendré permiso hasta dentro de un mes. Y los vuelos desde Australia
son caros, ya sabe Vd. –.
–No te preocupes, hija. Hoy me dan las
pruebas. Estoy ahora en la consulta–.
–Tengo que darle una buena noticia–.
– ¿Sí? ¿Cuál, hija mía?–.
–Pues que va a ser Vd. Abuela–.
– ¡Que alegría más grande me das, hija mía!
En ese mismo instante, el Dr. Torme llamó a Teresa. –Te tengo que dejar, me
están llamando para entrar en la consulta. –dijo–.
–Bien, luego la llamaré para ver que le
dijeron. Besos, mamá–.
Cuando
Teresa entró en la consulta, saludó al doctor y la hizo sentar en la silla,
delante de su mesa.
–Hermoso nombre de mujer tiene Vd., Teresa.
¿Qué tal se encuentra? –preguntó el doctor–.
–Muy contenta, voy a ser abuela. –dijo–.
–Eso es una excelente noticia. Mire, Teresa, ya
tenemos los resultados de su biopsia. Tiene Vd. un tumor en la mama derecha y
en la izquierda, los resultados no son muy concluyentes. Algo inespecíficos.
–dijo–.
Aquellas
palabras sonaron a lo que jamás hubiese deseado nadie como Teresa. Las lágrimas
recorrieron sus sonrojadas mejillas. Lloraba por su soledad frente a la
enfermedad, por si aguantaría el tratamiento, por si sería fuerte en los
momentos duros, por si vería el nacimiento de su nieta. Lloraba por un sinfín
de preguntas sin respuestas. Por haberse enamorado de la vida y cobrar esa mala
propina que te regala.
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