Carta a Javier Marías
Boadilla del Monte,
19 de septiembre 2022
Querido Javier Marías,
Qué
rápida y vertiginosa ha sido tu marcha para todos nosotros. Incluso, para ti y
los tuyos cercanos que no pensaron que te irías tan pronto. Nunca se acalla la
esperanza cuando así nos la trasladan o la sentimos, y siempre se rema y lucha
para salir de la niebla. Tal vez, lo normal cuando uno desea vivir y se está
lleno de vida y se tienen ilusiones aún por disfrutar. Y a pesar de ello, y con
todo en contra, hasta en los momentos casi finales se resiste para que así sea
o creamos que será. Casi todos nos abstraemos en algún momento de nuestras
vidas, y con fortuna, de manera breve, sobre esa idea de morir en cualquier
momento y lo que pasaría con ello. Lo que esperaríamos que fuese o cómo
querríamos que ocurriera frente a tan inevitable desenlace, sobre todo frente
al dolor o la angustia, la asfixia o la pérdida de cualquier conocimiento. Pero,
prontamente y después de desear que todo sea breve e indoloro, apartamos la
idea ante la necesidad de que aún no sea aquel nuestro momento ni el de aquellos
a los que queremos. Y así, de esta forma, especulamos en que es pronto para que
todo eso nos acontezca –no deseo que me llegue aún el momento, no todavía, ni en
estos instantes ni en los próximos venideros- y que ya no nos ocupe ese pensamiento mucho más
tiempo ni carga en la memoria, pues todo se altera con la prolongación. Viene a
ser algo así como en aquella situación que bien nos describiste cuando Macbeth
ante el anuncio de la muerte de su mujer, la Reina, responde: ‘She should have
died hereafter’ o lo que traducido viene a ser: ‘Ella debería haber muerto en
el más allá’ y a nuestro entender, ‘no en este instante, no en el elegido’ para
ahondar en la idea de que siempre pensamos que lo que nos gusta o alegra, y lo
que nos empuja a través de los días son las ganas de vivir y siempre puede
durar algo más, unos meses más, unos años más; porque siempre es temprano para
poner fin a las cosas o las personas que amamos y nos gustan.
Cuando
lo que se está es ocupado en vivir, y tú lo estabas, uno casi nunca piensa en
la muerte. Quizás, eso ocurra para el momento en el que ya todo está concluido
y a uno no le quedan proyectos de vida ni libros que leer ni novelas que
escribir ni caminos por recorrer ni nada que abrigar o sentir. No contabas con
ello, no aún. Ni nosotros tus lectores, no tan pronto para que la Parca viniese
disfrazada y te arrastrase con ella al lugar en donde ya nada puedes ver ni oír,
ni tan siquiera concebir ni sentir. Ahora, a este otro lado, el mundo es tan de
los vivos, y tan nada ya de los muertos que, a veces, es dificultoso comprender
algunas cosas. Pero, es el tiempo la llave que conecta a unos y a otros para estar
unidos, y a este respecto, a los lectores nos toca acudir a la realidad de nuestros
muertos para estar y entender la de los vivos. Por eso, tu Literatura es eterna
y fértil y a ella acudiremos como el sediento que encuentra en el agua su
respuesta. Es curioso, pero parafraseándote, todo lo que a uno se le cuenta se
le queda incorporado y pasa a formar parte de su conciencia, incluso si no lo
cree o le consta que jamás haya sucedido y que sólo es invención, como las
novelas o las películas, como la remota historia que siempre nos contaste de tu
Coronel Chabert escrita por Balzac y sobre la conveniencia de si los muertos
deberían o no regresar algún día. Un personaje puede desaparecer durante un
tiempo y dársele por muerto para luego regresar, pero su creador, el escritor,
no necesita regresar de ningún lugar porque nunca se fue y lo encontramos nada
más abrir sus novelas. En cierta forma, vive entre sus personajes.
Muy
a mi pesar, esta será la última carta que te envíe. Como puedes imaginar,
difiere un poco de la que estaba preparando. Aunque, aprovecharé para contarte
que esta primavera conocí a una pareja entrañable, los dos profesores, los
cuales te recordaron cuando eras más joven y eran amigos de tus padres, Lolita
Franco y Julián Marías. Fue en la Feria del Libro del municipio donde vivo; adquirieron,
para mi sorpresa, un poemario que yo había publicado y charlando sobre
Literatura y autores, salió a colación que me gustaba mucho leer a Javier
Marías. Al pronto, me contaron alguna anécdota de cuando, en ocasiones, salían
con tus padres y otros amigos por la ciudad de Toledo para contarles D. Julián historias
sobre la ciudad, y como se acordaban de ti en algunos de esos acompañamientos, siendo
tú un jovencito. Tu madre había sido profesora de Maby, la mujer de este
matrimonio. Con gusto, habrá seguro más conversaciones. En realidad, es como si
todo lo que uno necesitase saber estuviese ahí a la vista, todo es visible
desde muy pronto en las relaciones
como en los relatos honrados, basta con atreverse a mirarlo, un solo instante
encierra el germen de muchos años venideros y casi de nuestra historia entera.
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