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La Promesa

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La Promesa Hace ya algunos años que aquel hombre me contó su historia. Se llamaba John Landvik. Después, ya nunca la olvidé. En verdad resulta asombroso, quizá excepcional, ver como el tiempo modula nuestra existencia y la va concretando en pequeñas imágenes que resultan ser eso, fotogramas llenos de vida. Momentos vencidos de casualidades, de pasiones, de tristezas, de confesiones, en definitiva, de amor. Por aquel entonces, mi trabajo consistía en mirar y captar con fotografías los Faros del paisaje marítimo. La empresa editorial para la que trabajaba quería relanzar una nueva guía y para eso, necesitaba actualizar su obsoleto archivo. Eso también incluía a las personas con las que de vez en cuando coincidía. Personas que casi siempre, por una u otra razón, accedían con interés a visitar los Faros costeros y que más tarde, yo elegía para mis propósitos profesionales. En contadas ocasiones solía pedirles, dependiendo de la hora y la composición del lugar, que posara

Nombre de Mujer

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Nombre de Mujer              Aquel otoño, Teresa, como así le gustaba que la llamaran, en vez de Teresita, que era el nombre que usaba Marc, su marido y que tejía en ella malos recuerdos, no sabía muy bien a lo que se enfrentaba. Pensaba en soledad, como en otros difíciles momentos de su vida. De como ésta, había transcurrido con más sinsabores que alegrías. Aquella tarde, Teresa se encontraba sentada frente a la puerta de una consulta médica, en donde un cartel de color azul celeste delimitaba en letras negras el nombre del Dr. César Torme, Especialista en Oncología. En la sala de espera se encontraban otras dos mujeres que, al igual que ella, levantaban de vez en cuando su mirada hacia la puerta, cuando alguien pasaba por delante o se oían voces en el pasillo.             Hasta que fue nombrada por el Dr. Torme para entrar en la consulta, transcurrieron veinte minutos. A Teresa, aquel tiempo de espera le pareció una eternidad. Un tiempo delimitado por la delgada línea ent

Nos vemos a la vuelta.

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Nos vemos a la vuelta Por Juan Pedro Iglesias García -  @jiglesiasgarci  #Relatosdeverano en @zendalibros http://www.elespanol.com/blog_del_suscriptor/opinion/20160828/151304870_7.html No hace demasiado tiempo que ocurrió aquella historia - veinticuatro años ya de aquel verano de 1992-. Es sorprendente como la memoria regurgita, como en las malas digestiones, todos aquellos sucesos dañinos ayudándonos a comprender nuestra existencia y la de aquellos que nos han acompañado en nuestras vidas. Así fue el caso de mi amigo Pablo Cortés, mi amada Celia San Juan y yo, Diego Cruz. Pablo y yo éramos dos jóvenes universitarios veinteañeros y como nosotros, existirían otros Pablo, Celia y Diego, tratando de vivir sus vidas, con dinero o sin él, trazando líneas de supervivencia y tomando, o no, decisiones como la que yo tomé aquella tarde de verano y que jamás olvidé. Quizá, porque las ausencias inesperadas son siempre trágicas y no estamos preparados para aceptarlas. En aquel v

Mirar y Leer, como cualquier comienzo

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http://www.elespanol.com/blog_del_suscriptor/opinion/20160620/134056600_7.html Mirar y leer como cualquier comienzo Por Juan Pedro Iglesias García, @jiglesiasgarci Hoy, al abrir mi buzón de correos, me he encontrado con una cantidad ingente de propaganda electoral. Sí, efectivamente, esa que nos mandan algunos partidos políticos cada cuatro años y que a veces, siendo hortera y llena de cursilerías, nos informa con sensible intención sobre lo que pretenden y casi nunca cumplen cuando llegan al Gobierno algunos de los futuros presidenciables. Me molesta que me tomen por estúpido. Por lo que este envío, siendo idéntico al del 20-D, lo considero un papel mal aprovechado. Y digo mal aprovechado, por que en los últimos tres años jamás recibí una mísera carta de nadie (Gobierno y partidos políticos), para recordarme que siendo ciudadano español, este año se celebraría “como es debido” el IV Centenario de la muerte de Miguel de Cervantes. Y cuando digo “como es debido”,

Con rumbo fijo

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Con rumbo fijo http://www.elespanol.com/blog_del_suscriptor/opinion/20160608/131056898_7.html Con rumbo fijo Por Juan Pedro Iglesias García, @jiglesiasgarci El otro día volví al Museo Naval. Llegaba tarde, al menos eso pensé, y no era porque echaran el cierre, sino que a causa de los azares de la vida y que no vienen a cuento, ya llevaba un tiempo tratando de ir. Dos días después de mi visita, la exposición temporal de Cartografía llegaba a su fin. Siempre creí que hay exposiciones que uno debe tratar de no perderse y ésta era una de ellas. Llegué con la nostalgia de volver a un lugar entrañable, en donde son fáciles los encuentros y cercanas las palabras. Ese lugar mítico en el cual los mapas, los libros, los utensilios de navegación, los cuadros, las armas, los restos arqueológicos y un largo etc., conviven para mostrarnos lo que en definitiva somos, la historia del tiempo en un antes y un después. Un lugar que también da luz a las sombras, como le comenté el

#AMANECER

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“Amanece, y tu vida cambia”. Ese es el pensamiento al que respondió María, aquella mañana de noviembre, cuando una tenue luz cenital, se colaba por la ventana de su apartamento. Un momento mágico, casi invisible, en donde los libros clareados de los estantes eran bautizados por las primeras luces. Sobre la mesa de trabajo, María lee algunas de las viejas cartas de poesía que su abuelo Frank escribió desde un remoto exilio. Cartas que el tiempo, como único testigo, marcaron un antes y un después en las vidas de su remitente y su destinataria Verónica, la abuela materna de María. Dos vidas paralelas que el destino había presentado en diferentes caminos. María va descubriendo en la lectura de las cartas, que aquellas palabras en verso están cosidas a sus sentimientos, con un hermoso hilo de amor. “Cartas de agua y arena entre amaneceres”, como más tarde las llamaría su abuelo en un poema, después de viajar de un lugar a otro. Los abuelos de María se conocieron en Caracas.

¿Qué haría hoy Don Quijote con los molinos? - Zenda

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Foto cuadro Jiménez Aranda http://www.elespanol.com/blog_del_suscriptor/opinion/20160426/120307972_7.html ¿Qué haría hoy Don Quijote con los molinos? Por Juan Pedro Iglesias García, @jiglesiasgarci La mañana ha despertado fresca y algo húmeda en los campos de cebada. Una pareja de cuervos picotea, dando saltos, los restos de un conejo muerto que a pie de un cerro, da paso a la monótona planicie de la Mancha. El sol ha despuntado sobre la línea del horizonte y marca el camino entre el cielo y la tierra. Muy a lo lejos, paralelos y alineados, sus rayos iluminan grandes molinos de hierro con tres aspas. Se mueven lentos, casi como un segundero, tironeados por un suave viento del oeste. Parecen los hermanos mayores que antaño, a nuestro personaje Alonso Quijano, D. Quijote, le gustara darse en batalla. Al otro lado, el pueblo de Campo de Criptana se despereza de la noche y sus calles blancas recortan sombras junto al barrio de casas cueva. Alonso Quijano y Sancho,